De Chequia, como heredera del Reino de Bohemia, un vasallo del Sacro Imperio Romano Germánico poblado por una etnia eslava, procedían los llamados bohemios, que en algunas sociedades pasaron a ser sinónimo de los artistas románticos creadores de contenidos en el siglo XIX. El gran momento de esplendor cultural, que no político, bohemio corrió a cargo del gran mecenas Rodolfo II, retratado como un frutero viviente por Arcimboldo e impulsor del observatorio de Tycho Brahe que proporcionó las pautas geométricas de nuestro Sistema Solar a Johannes Kepler.
Históricamente, la bandera bohemia estaba formada por dos franjas horizontales iguales blanca y roja y, por coincidir con la polaca en los foros internacionales, añadieron el triángulo isósceles azul como distintivo y por otra parte referencia a los colores paneslávicos.
Las intervenciones en las olimpiadas de los deportistas checos, que comenzaron bajo la repetida bandera bohemia hasta 1920, siguieron bajo la de Checoslovaquia durante 72 años y que hasta nuestros días han cosechado 273 medallas, 101 ya de forma individual como República checa, demuestra un escaso aprecio al lema de Coubertin según el cual lo importante es participar. Y no por dejar estas notas casi telegráficas, el checo, lengua eslava occidental, mutuamente inteligible con su hermana, el eslovaco, dio lugar a una de las palabras universales, robot, vinculada semánticamente con el concepto de trabajo y procedente de la novela de ciencia ficción de Karel Čapek R.U.R., publicada el año en el que nació Isaac Asimov, aunque esa es otra historia.
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