El sesquicentenario del nacimiento del gran Serguéi Rajmáninov -no acepten transcripciones de lenguas carentes de las consonantes necesarias para transcribir el ruso- ha de servir para reivindicar no sólo el más grande pianista del siglo XX, sin obviamente el permiso de Glenn Gould, sino un prodigio de la composición malogrado por su tardía llegada a este mundo.
Digno sucesor del romanticismo ruso de Chaikovsky a quien admiraba profundamente, el arte melódico y orquestal de Rajmáninov fluía por sus venas como un impulso vital imparable. Y sin embargo, todo su universo se desplomó de forma inesperada afectando para siempre a lo que podría haber creado. Pero comencemos por el principio.
Como proyecto de fin de carrera y en apenas 17 días, un joven y brillante Rajmáninov compuso la ópera Aleko basada en el poema «Los Gitanos» de Pushkin, la más importante de las 18 adaptaciones operísticas que ha dado este relato. Tal vez «Los Gitanos» no parezca a simple vista tan popular en Occidente como otros relatos del escritor ruso, pero si se menciona que Prosper Merimée lo leyó y tradujo al francés y casualmente es el creador de Carmen, podrá deducirse la principal fuente de inspiración de la más célebre ópera francesa y la línea argumental de Aleko.
Todas las óperas de Rajmáninov juntas duran menos que cualquier ópera de Wagner, lo que no ha de ser una desventaja, pero este primer éxito de Rajmáninov en 1892 alentó la esperanza de un mundo que, sin embargo, estaba a punto de romperse en pedazos. Pero eso será otra historia.