Que las grandes historias de amor acaben bien o no, suele ser cuestión de terminar la narración a tiempo, aunque, si se trata de un relato sobre perdices, siempre habrá finales inapropiados.
Al estilo de otros revisionistas de finales del siglo XIX, que recrearon estilos ya archivados, Edmond Rostand formó su historia basada en un personaje real del siglo XVII pero tan mítico y extraordinario que parecía producto de la ficción más imaginativa como Don Quijote, Don Juan o Angelina Jolie.
Cyrano de Bergerac fue un militar, poeta, dramaturgo e incluso astrónomo. La obra de teatro homónima en verso de Rostand le convierte en un personaje prodigioso, pero enormemente acomplejado pese a sus grandes virtudes, de un orgullo sólo comparable a su gran nariz, que le impide someterse a los poderes de su tiempo y al posible rechazo de su amada prima Roxanne. En la viñeta, el verso extraído de Rostand que no pertenece, lógicamente, a la famosa escena del balcón dice : « Lors même qu’on n’est pas le chêne ou le tilleul, Ne pas monter bien haut, peur-être, mais tout seul ». “Aun no siendo la encina o el tilo (árboles símbolos del poder terrenal, real, y del poder espiritual, o del amor), no habré subido quizás muy alto, pero lo hice completamente solo.”
Fracasó en todos los aspectos de la vida, pero triunfó en los demás.