Tratándose ésta de una viñeta de cierre de la serie dedicada al Gran Faro de Alejandría y no haciendo referencia a ninguna efeméride ni homenaje póstumo, no es necesario hacerle una presentación tediosa de temas que nunca terminan de entrelazarse. Buen intento, pero la va a tener.
El escurridizo dibujante de Calvin y Hobbes, el misterioso Bill Watterson, publicó durante 10 años, de 1985 a 1995, su famosa tira cómica para desaparecer después de la vida pública evitando dejar cualquier rastro. Sin embargo, este J.D. Salinger de las viñetas de periódico dominical no es excepcional por tal comportamiento. Su verdadera cruzada arrancó cuando decidió que las encorsetadas estructuras de ocho viñetas repartidas en tres filas que debían rellenar la media página del periódico limitaban su desbordante y no menos ácida creatividad. Sus compañeros de profesión más tradicionales y los editores lo tildaban de excéntrico, pero aún así se salió con la suya e hizo uso de su media página como se lo dictaba su despierta inspiración.
Fuera del sistema americano, el lenguaje impuesto de los cómics ha tenido sus transgresores que nunca han seguido el modelo narrativo de sucesión viñetas ni la tiranía de los bocadillos no comestibles, los fumetti italianos. Desde el enorme Forges y sus globos de coloquio aglutinantes a los epígrafes del maestro Mingote, hay otras formas de expresar la acción sin congelarla en secuencias, como si siempre de storyboards se tratara.
Y sin embargo, y que Watterson allá donde esté me disculpe, el fin de las series de Aliphant no renuncia a componer el armazón de sus correspondientes historietas, aunque tal vez sin recurrir otra vez al tapiz de Bayeux.