En la primera mitad del siglo XIX los empresarios de espectáculos parisinos inventaron el equivalente al 3D Digital de nuestra época: le Grand Opéra, un formato monumental para subir el precio de las entradas. Una Gran Ópera exigía cinco actos en francés, un número de ballet al principio para la gente que no hubiera acabado de cenar y llegara más tarde y un despliegue de medios, de orquesta y de decorados dignos del CinemaScope. Los argumentos generalmente históricos, legendarios o mitológicos duraban horas y su puesta en escena era tan costosa que aún hoy en día no suelen representarse en formato completo.
El mismo Wagner intentó crear una Gran Ópera durante su estancia en París, pero chocaba una y otra vez con el gusto parisino y no veía bien lo del número de ballet para los impuntuales, así que hastiado, se llevó su Rienzi y comenzó a despotricar contra la barbarie judeomasónica de la escena musical francesa. Con lo que cayó después, entiéndase la importancia de la puntualidad.
En cambio, Verdi supo acertar con la idea, y posiblemente consiguió crear la mejor Gran Ópera de todos los tiempos, Don Carlos. El original en francés procede de una obra del gran dramaturgo alemán Schiller. Su rigor histórico rivalizaría con la serie de los Tudor o los sobrecillos de azúcar para el café de los moteles de carretera en los que se inspira Dan Brown. El hijo de Felipe II, el infante Don Carlos, sólo tenía cuatro de ocho posibles bisabuelos y no se había perdido ninguno, simplemente es que coincidían. A su debilidad física la endogamia unió la mental, los cuadros de la época como el del pintor de corte Sánchez Coello, en su afán de corregir sus defectos dejaron un fiel testimonio de los mismos. Era un niño cruel, sádico, como el vecino de Toy Story que acaba de repartidor del Pizza Planet. Una caída fortuita por las escaleras obligó al médico Versalio a aplicarle una trepanación a vida o muerte. Obviamente le salvó la vida, era el House de la época, pero comenzaron los brotes psicóticos y las conspiraciones paranoicas y tuvieron que encerrarlo hasta el fin de sus días.
Por su parte, Felipe II cumplió con los deberes de Estado y se desposó con la joven Isabel de Valois, que podía ser su hija, y hubiera sido su nuera porque en principio estaba destinada a casarse con el infante Carlos. En esencia, este es el trasfondo histórico para una historia muy diferente, la de Schiller, donde los enamorados Carlos e Isabel sufren la tiranía de Felipe II en la España de la Leyenda Negra, con pérfidos inquisidores, autos de fe, flamencos insurgentes y el espíritu romántico de la libertad que tanto gustaba a Verdi.
De las múltiples versiones de la obra, las más frecuentes son en italiano (entonces se reconoce como “Don Carlo”) y de cuatro actos, sin ballet y con escenas eliminadas para el DVD, pueden incluir temas sobrenaturales y finales distintos, donde Carlos es condenado por conspiración o salvado por el fantasma de su abuelo el emperador Carlos V. Tendría pocos antepasados, pero bien colocados…