Decía Doña María Moliner que descambiar es deshacer un trueque. Cuando el papel moneda, las tarjetas digitales o las criptomonedas desbancaron a las operaciones comerciales en especie, los trueques se tornaron en compras y la necesidad de devolución del dinero si los clientes no quedaban satisfechos se convirtieron en el eslogan de los establecimientos más pudientes.
La expresión, aceptada en el DRAE en 1843 en su sentido general de deshacer los agravios y enderezar los entuertos de una transacción comercial se transformó en el botón undo del shopping en manos de los compradores convulsivos y los regalados más desconsiderados.
En estas fechas tan señaladas, no duden, estimados lectores, en retornar a la esencia del regalo, que consiste en desprenderse de algo propio porque pensamos que otra persona va a disfrutar con su pertenencia y en la importancia de la aceptación tanto material como espiritual. Y es que el vulgarismo no parece hallarse en la palabra «descambiar», sino en el acto humillante de deshacer un trueque realizado con toda la ilusión de satisfacer al prójimo. Salvo excepciones, claro.