La existencia del cromo parece extraída de cualquiera de los guiones del mangaka Masami Kurumada en los que cuando hay gemelos, uno de ellos siempre es malvado. Así mismo, cuando el cromo actúa con estado de oxidación +3, es inocuo para el ser humano e incluso considerado según ciertos estudios un nutriente esencial para la asimilación de lípidos y azúcares. En cambio, cuando es la valencia +6 la que se manifiesta, el cromo se convierte en un tóxico cancerígeno.
Se trata de un elemento descubierto por el ilustrado Louis Nicolas Vauquelin en 1794, cuando tomó un mineral cristalino llamado plomo rojo siberiano o crocoíta, que es una forma cristalizada en el sistema monoclínico de cromato de plomo de gran belleza por su brillante color rojo anaranjado del que surgió el nombre del elemento cromo, colorido. Por supuesto, su fama se extendió y todos los químicos adquirieron muestras de este mineral que era tóxico tanto por su contenido en plomo como por el del cromo que -como el lector adivinará – estaba actuando con estado de oxidación +6.
Menos letales son las estampas coleccionables llamadas en español cromos, como apócope de cromolitografía, que alude en su nombre a la mejora de la aplicación del color a la técnica de litografía. De los cromos de cartón de calidad variable a los parches autoadhesivos con holografías, olor, sabor o materiales de la era espacial han mejorado muchas propiedades, pero no así el ansia de completar un objetivo que fomentaba el intercambio y la cooperación más o menos altruista entre los coleccionistas.
También es curioso el doblete de la expresión «estar hecho un cromo», siempre con cierto tono peyorativo, pero que partió de la idea de alguien demasiado arreglado y esforzado en su vestir, al opuesto por ironía de quien se presentaba desaliñado y con un aspecto deplorable. Algo va mal cuando una expresión significa un concepto y el contrario, por lo que al final se impuso el segundo significado.