Cuando en 1801 el científico español Andrés Manuel del Río descubrió un nuevo mineral con trazas de un elemento que consideraba desconocido, le llamó eritronio, por el color brillante rojo de uno de sus óxidos o pancromio, de todos los colores porque cuando cambia el estado de oxidación del elemento, el color de sus sales proporciona una amplia gama de colores muy vistosos y diferentes, como rojo, verde, azul, amarillo y violeta. Con cierta prudencia o inseguridad, se le ocurrió consultar al sabio alemán Von Humboldt quien le puso en manos de su amigo el químico francés Hyppolyte Collet-Descotils, discípulo del descubridor del cromo y experto por lo tanto… en cromos. Tras convencer a Del Río que su eritronio no erá otra cosa que cromo, tuvieron que pasar 30 años hasta que los suecos encabezados por Berzelius redescubrieron el elemento y le pusieron de nombre Vanadium, por Vanadis, la diosa nórdica de la belleza, equivalente a Freya.
Aunque el vanadio es tóxico para muchas formas de vida y es acumulado en grandes cantidades por la seta venenosa del hongo Amanita muscaria, es también un componente de las proteínas de algunos tunicados, animales marinos con forma de tubo de plástico que lo concentran en su organismo. El uso del vanadio en la aleaciones de acero se extendió en algunos productos industriales como el célebre Ford T, el primer automóvil construido en cadena.
Vanadis es la diosa protectora del viernes, como Freya en las lenguas germánicas o Venus en las latinas, lo que no es una mala forma de comenzar un fin de semana.