Si Remington Steele era una serie policiaca pionera en combinar con el romance de sus protagonistas, la que hoy nos ocupa tuvo a bien de mezclar sus casos con fuertes dosis de surrealismo como nunca se había visto antes en una pantalla de televisión -antes de la llegada de la telebasura, claro.
Las fuerzas sobrenaturales de una mitología desconocida se unían a diálogos delirantes de personajes que todos coincidíamos en que era mejor que se quedaran en el pintoresco pueblecito donde una beatífica adolescente -con solera, pero adolescente- aparecía bajo una cascada envuelta en teflón como un filete de fletán. (Tal vez no fuera teflón, pero la aliteración queda mejor que con poliuretano…)
De los entrañables, entiéndase como otra forma de decir viscerales, personajes de Twin Peaks aprendimos que, cuando unos guionistas no saben cómo resolver una situación, es mejor que no lo hagan. No sea que generaciones posteriores crean que realmente sabían lo que están haciendo.