Con cuatro óperas y dos ballets, la escandalosa obra del benedictino Prévost se convirtió rápidamente -en apenas 200 años- en una fuente inagotable de remakes escénicos, entre los que destacan las versiones de Massenet y Puccini.
Manon Lescaut fue una apuesta de todo o nada para el compositor de Lucca. Tras la tibia acogida de Le Villi y Edgar, Puccini necesitaba un éxito para seguir en la ópera o dedicarse al oficio familiar, que era la música, y lo logró sin duda. La obra de cuatro actos se repartía entre el romance, la comedia, la épica y un dramón final que deshidrataría a todo el reparto de la nueva versión de Spiderman. Así que había variedad de repertorio para todos los gustos.
La protagonista víctima de su propia belleza y encanto, porque ella lo vale, deberá sufrir las vicisitudes de vivir sometida a una vida frívola y acomodada en un matrimonio de conveniencia con el anciano Geronte, padeciendo un mortal aburrimiento que forjará su destino al destierro, al que arrastrará a su incondicional amante, el estudiante De Grieux. En Nueva Orleans, un duelo fuera de cámara con el hijo del gobernador provocará que la pareja tenga que poner pies en polvorosa a través de un presunto desierto, que los de la Louisiana desconocen dónde podría ubicarse en plena cuenca del Mississippi.
Presa del cansancio y la sed que atenaza su garganta y sus sentidos, Manon entonará a pleno pulmón una descripción detallada de su condición anímica, desvariando por momentos y mostrándose aterrorizada por la posibilidad de acabar sola sus días en aquella playa tan larga donde nunca se llega al mar ni al chiringuito.