Konnichi-wa!
Mientras que en occidente, un tesoro viviente es una persona cubierta de tatuajes o alguna de las sufridas mascotas de Paris Hilton, en Japón es el mayor honor que se le puede conceder a un artista de cualquiera de las 16 artes oficialmente reconocidas, incluyendo la ópera noh y el teatro kabuki.
La animación japonesa no está todavía incluida entre estas artes, por lo que Hayao Miyazaki, ganador de un óscar por El Viaje de Chihiro y autor de la película a la que homenajea la viñeta de hoy no corre peligro si se encuentra con Gollum, Sidney Fox o Jack Sparrow, los ávidos recolectores de tesoros.
El gran fondista Kazuo Oga es el autor de las portentosas acuarelas en las que se sitúan las acciones de las películas del Estudio Ghibli. Si bien el popular compositor Alfred Newman decía que nadie sale del cine canturreando el decorado, los fondos de Oga justifican ya pagar por esa sesión.
En 1988, Mi Vecino Totoro, ligeramente basada en la Alicia de Lewis Carrol y en la propia experiencia de niñez de Miyazaki, recrea un mundo fantástico pero, curiosamente, ajeno al folclore japonés.
Totoro es un troll al estilo europeo de los guardianes de puentes que son engañados por las cabras, o de la franquicia finesa de Moomin, el cual, como suele pasar con Sarah Jessica Parker, era confundido con un caballo (entiéndase como mera ilustración de otra acepción de troll; todo el mundo dudaba de la existencia de los centauros hasta que Sarah tuvo hijos con Matthew Broderick).
La transcripción japonesa de troll, “totoru” es pronunciada erróneamente por Mei, la niña protagonista, como “totoro” pero, al menos en Japón, así es más entrañable. Las úes finales en japonés pueden ser mudas, pero las demás sílabas se pronuncian con la misma intensidad, como con acento maño.
Domo arigato!