Aunque a primera vista, pudiera pensarse que el nombre de Argentina fue elegido por la voluntad más que altruista de quedar en segundo lugar en cualquier competición deportiva, 18 medallas de oro olímpicas contradicen al menos el resultado y posiblemente, dicha voluntad. Su índice de espíritu olímpico es de -0.28 coubertinos, gracias al boxeo, principalmente y a que el pato, el deporte nacional, una especie de béisbol a caballo con antecedentes de manipulación avícola, no entra en esta competición.
La República de Argentina es de plata, por herencia del Virreinato del Río de la Plata si bien sus colores nacionales no pueden ser más monárquicos. La Orden de Carlos III, otorgada a las personalidades que hayan servido con especial dedicación a los intereses de España y/o a todos los ex ministros, lleva una banda con los colores tradicionales de la familia real Borbón, celeste-blanco-celeste. De ahí que sea fácil confundir a simple vista a nuestros políticos con los argentinos. Cuando por la invasión napoleónica Fernando VII y su familia fueron secuestrados por los franceses, el movimiento de resistencia en América tomó sus colores frente a los de la impuesta monarquía de José Bonaparte, que mantuvo la enseña roja y gualda. Como la gente suele coger cariño a las prendas usadas, los súbditos del Virreinato de Río de la Plata reutilizaron la albiceleste durante la contienda por la independencia de la metrópoli, nuevamente bajo Fernando VII y tras varias fases, dos nuevos estados, Argentina y Uruguay conservaron en sus banderas los colores. Como vínculo con su pasado precolonial, añadieron a las banderas el Sol de Mayo, que representa al dios inca Inti.
En la actualidad, en pleno apogeo de su civilización, Argentina cuenta con su propia reina (Máxima de los Países Bajos), un papa (Francisco) y un jugador de fútbol deificado en vida (Maradona).
Chau, pibes y minas!