Como ya adelanta nuestra profesora de química habitual, William Hyde Wollaston fue un químico británico de una familia acomodada aunque muy numerosa. La herencia de uno de sus 16 hermanos le permitió dedicarse a las ciencias sin necesidad de ganarse la vida y costearse el tratamiento de los valiosos minerales del platino, donde se escondía, entre otros, un escaso metal brillante de gran dureza, el rodio. El color rosa de algunas de sus sales disueltas en agua le sugirió a Wollaston el nombre rhodium, del vocablo griego del color y la flor rosa, rhodon. Nuestra forma, que obviamente viene del latín rosa, rosae, fue posiblemente introducida en la península itálica desde el griego antiguo a través del osco, lo que establecería una conexión con numerosas lenguas antiguas, desde el egipcio antiguo wrt -y el copto uort o árabe warda- al proto-iranio *wardah, lo que implica un misterioso intercambio entre lenguas de familias muy dispares.
Por su escasez y valor, el rodio es el metal más caro, pero una fina película de este elemento es suficiente para proporcionar una gran dureza, brillo y propiedades hipoalergénicas a las piezas de joyería. El rodio es lo suficientemente inerte o noble como para no interesarse en las reacciones químicas de la biología.