Cuando ya se había asumido la dificultad de adaptar los manga y animé a películas de imagen real, la serie de Netflix de One Piece ha reavivado la esperanza de un ejercicio tal vez innecesario pero importante a la hora de difundir entre el gran público las grandes creaciones del potente mercado del entretenimiento japonés.
One Piece es un manga de piratas que fue creado por Eiichiro Oda en 1997 y que sigue dibujando 107 volúmenes y 26 años después, lo que supone todo un récord en la producción del cómic japonés. Su gran cantidad de personajes se ordena en amplios arcos argumentales y su evolución a lo largo del tiempo supone un desarrollo entrelazado de sus ficticias vidas digno de los más enrevesados culebrones o de la misma Star Wars.
El resurgimiento en Occidente del denostado género de la piratería no tuvo una nueva oportunidad hasta la arriesgada mezcla con lo sobrenatural de la primera película de Piratas del Caribe de Jerry Bruckheimer en 2003, dejando atrás fracasos estrepitosos como La Isla de las Cabezas Cortadas de 1995 o la infravalorada revisión espacial de El Planeta del Tesoro en 2002. Es esta misma mezcla de aventuras y poderes mágicos la línea de One Piece y aunque no necesitó pedir permiso a nadie para ser un éxito como manga y animé, tal vez si deba un poco a su acogida en imagen real a la películas del capitán Jack Sparrow.