La gesta de Jean-François Champollion en la que este año se cumple el bicentenario, no es en absoluto trabajo de un día, mes o año en concreto, aunque la efeméride se basa en la carta oficial del 27 de Septiembre a M.Dacier, de la Académie des Inscriptions et des Belles-Lettres, donde desvela las pautas de la antigua escritura perdida.
Para ello, Champollion el Joven -para diferenciarlo de su hermano – consagró su corta vida de 41 años al estudio de todas las lenguas semíticas que tuvo a su alcance, y en especial, del copto, la lengua de la liturgia de los cristianos egipcios. Otros investigadores, como el británico Thomas Young, compitieron con él y alcanzaron conclusiones convergentes, contando incluso con acceso directo a la célebre Piedra Rosetta, que los franceses habían perdido cuando la provincia egipcia se convirtió en un protectorado inglés. Pero el ingenio de Champollion le permitió llegar a las hipótesis más arriesgadas como que el sistema jeroglífico era un híbrido de ideogramas y fonogramas, que existían diversas formas de escribir la misma palabra, que el orden de escritura era flexible y que existían transcripciones fonéticas de nombres propios extranjeros, como el silabario katakana sirve a este propósito en la lengua nipona.
Champollion logró la proeza de volver a leer una lengua que llevaba siglos sin poder ser interpretada y fue premiado con una expedición a Egipto que puso a prueba la salud de este frágil ratón de biblioteca.
¡Udjat, wedja, seneb! (¡Suerte, prosperidad y salud!)