Siegfried

Si se analiza la tercera entrega de la tetralogía del Anillo, Siegfried, como una obra independiente, es lo más parecido a una aventura épica con final feliz, donde el bien triunfa sobre el mal y el lingüista se queda con la chica, tras superar proezas de nivel avanzado hasta el monstruo de la última pantalla, que acaba siendo la propia valquiria Brunilda sumida en un profundo sueño en color y todo.

 

El joven héroe wagneriano Siegfried (Sigfrido) es un diamante en bruto, más por bruto que por diamante, con más temeridad que valentía y un desconocimiento épico del miedo, fruto, en general, de una educación descuidada por su padre adoptivo. Tras volver a forjar su mítica espada antes que el carácter, la templanza del arma se culminará con la matanza a sangre fría del dragón Fafner que esconde un tesoro con anillo único maldito de serie. Por error de manipulación de alimentos, acabará el mismo probando la sangre de dragón, lo que le proporcionará el don de comprender el lenguaje de los pájaros, de oír lo que piensan sus enemigos y según versiones más exageradas, de distinguir el fucsia. Técnicamente, es un pajarito el que le dice cómo localizar su próximo reto, unas llamas mágicas que ocultan a una doncella que espera dormida un valiente ignífugo que la salve, por el perfil expuesto, tal vez un bombero-torero.

 

El paladín de la estirpe de los volsungos franqueará los obstáculos para hacerse con la doncella que, por su facultad intimidatoria de valquiria, provocará finalmente la inseguridad y el temor que tanto anhelaba conocer.  Y tras cuatro horas de presencia escénica casi continua y un último dueto con una soprano wagneriana fresca y lozana por recién salida del camerino, termina la verdadera heroicidad de esta ópera que es la de su propio papel titular de tenor. Tiempos difíciles vendrán, pero eso es ya El Crepúsculo de los Dioses.

Aliphant DLXIX
Aliphant DLXIX. Siegfried

 

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