Serie Atómica XLIII Tecnecio

En 1937 la comunidad científica pudo al fin respirar tranquila. Durante setenta años el modelo de la tabla periódica de Mendeleyev se había convertido en una herramienta muy eficaz, no sólo para clasificar los elementos conocidos, sino para predecir las propiedades y finalmente descubrir los que todavía no se habían encontrado. Y sin embargo, el elemento 43 se resistía a aparecer y las falsas alarmas se prodigaron ante el desconcierto de la comunidad científica. O el modelo no funcionaba, o simplemente era el propio átomo de 43 protones el que parecía no dar buen resultado.

En 1937, en la Universidad de Palermo, Carlo Perrier y Emilio Segrè trabajaron con unas planchas de molibdeno 99 que eran residuos del ciclotrón de la Universidad de Berkeley, California. La basura de uno es el tesoro de otro, se dice, y en ese material sobreexcitado por su uso en el acelerador de partículas se producía un desintegración de un neutrón en un protón y un electrón, lo que convertía en molibdeno en el nuevo elemento que los italianos llamaron tecnecio, por haber sido creado de forma artificial.

Los isótopos más estables de Tecnecio tienen un periodo de semidesintegración de 4,2 millones de años, lo que implica que todo este elemento que procedía del polvo estelar que formó nuestro Sistema Solar ya se había convertido en molibdeno hacía eones, o en lo que le parecería a Jordi Hurtado un abrir y cerrar de ojos. No quiere decir que no exista el tecnecio de forma natural, ya que es un producto bastante poco frecuente de la fisión nuclear del uranio por lo que, aunque en una escala miserable, se sigue generando en estos momentos en ciertos minerales. También se halla en otros lugares del Cosmos, según el espectro de las estrellas gigantes rojas, pero allá, no está tan a nuestro alcance. 

Aunque su implicación en el desarrollo de la vida es prácticamente nula y su interacción actual bastante desaconsejable por su naturaleza inestable, la aplicación como marcador radiactivo del isótopo 99mTc ha demostrado su utilidad en medicina. Obviando el ligero inconveniente de la radiactividad, también es un efectivo protector del acero contra la corrosión, pero no se puede tener todo.  Tal vez, sólo tal vez, lo más interesante de este elemento sea la lección de humildad que supone cuando creemos conocer las leyes del Universo y no está en nuestras manos imponerlas.

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