Posiblemente con el nombre más feo que un descubridor pondría jamás a un elemento, el estroncio es un metal alcalinotérreo tan parecido al calcio que puede sustituirlo en los huesos sin grandes diferencias. Los químicos Aidar Crawford y William Cruickshank descubrieron en 1790 el nuevo elemento en una mina de Strontian, Escocia, pueblecito que en gaélico se llama Sròn an t-Sithein, la nariz -o saliente- de la colina de las hadas.
Al arder, luce con un brillante rojo carmesí, lo que lo convierte en un apreciado material de pirotecnia y para la construcción de sables-láser de Sith en alguna lejana galaxia, tiempo ha. También absorbe los rayos X, por lo que durante mucho tiempo recubrió el vidrio de los tubos catódicos, protegiendo así de la radiación a los teleespectadores, aunque poco podía hacer contra la teletienda, los culebrones y las cartas de ajuste.
La humildad de los descubridores nos privó de nombres más sonoros para el elemento como Escocio o Caledonio, pero llevando el símbolo como un señor (Sr) su legado en la tabla periódica es sin duda inmortal.