Serie Atómica XXXI Galio

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, los científicos se comportaban como estrellas del rock… perseguían imponer su nombre o el de sus países en sus descubrimientos y tenían un afán de protagonismo que los laboratorios y las grandes corporaciones se ocuparon de apaciguar años más tarde. La ciencia y más aún, las técnicas aplicadas, dejaron de depender de los individuos como Tesla o Edison y se diluyeron en el anonimato de los equipos de laboratorios o grandes corporaciones tecnológicas. Como ejemplo, en los últimos 50 años, apenas cuatro científicos han recibido el premio Nobel de Física de forma individual y lo habitual es concederlo a tríadas por temas comunes. 

El galio, bautizado por su descubridor Paul-Émile Lecoq en 1875 en honor a su país de origen y a su propio apellido que significa «gallo» y suena sospechosamente parecido, fue previsto por el modelo de tabla periódica de Dimitri Mendeleyev con las propiedades típicas del grupo 13 del boro y del aluminio y su masa correspondiente. Aunque no suele presentarse en estado puro, se muestra como un sólido a temperatura ambiente que llega a fundirse en la mano, dado su bajo punto de fusión. 

Su uso actual como semiconductor para la fabricación de componentes electrónicos de altas prestaciones y su carácter no tóxico le ha convertido en un elemento estratégico en la industria actual y su exportación forma parte de las guerras comerciales de las grandes potencias económicas que incluso han tenido que recurrir al reciclaje en momentos de carestía o bloqueos.

El Galio de Lecoq no debe confundirse con el Francio de Marguerite Perey o el Lutecio de Georges Urbain, aunque obviamente los tres son elementos dedicados por sus descubridores a Francia o a su capital París, la antigua Lutecia.

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