Cuando una película de ciencia ficción recibe ocho candidaturas al Óscar incluyendo Mejor Película, parece que es el momento de que la Academia recuerde que este género existe y prácticamente, desde la creación misma del cine, desde George Meliès y Segundo de Chomón. Pero es el año de La La Land, así que los heptápodos de ‘The Arrival’ pueden regresar a su planeta con los tentáculos vacíos.
Doce gajos de mandarina espaciales aparcan en zona verde. Pero la mandarina tiene bicho: unos pulpazos heptápodos que de buena tinta quieren comunicarse con Amy Adams, la mejor lingüista americana capaz de destripar todos los topicazos de su oficio, desde el mito de la etimología del canguro a la guerra en sánscrito. Así que Amy se enfunda su mejor bolsa de basura naranja y se enrola en la fantástica aventura de descifrar un lenguaje extraterrestre, más emparentado con la lectura de los posos de café que con las sutilezas del dothraki. La comparación con Stargate es inevitable, aunque la tarea del Dr. Daniel Jackson fuera tan solo de reconstruir las vocales de aquel dialecto del egipcio antiguo hablado por Ra.
Uno de los puntos fuertes del argumento es la radicalización de una teoría lingüística, de cómo llevar al extremo la hipótesis Shapir-Whorf, que establece que cada lengua condiciona la forma de pensar de cada individuo. Aunque a efectos prácticos todo puede expresarse en cualquier lengua humana, las herramientas son diferentes en cada idioma. Algunas lenguas dan especial importancia sobre los tiempos y la finalización de los actos. Otras, resaltan de dónde procede la información, si se conoce de primera mano o a través de terceros. A la hora de obtener nuevos datos, las prioridades pueden variar debido a estos conceptos.
Lo que se resume a efectos cinematográficos en emoción a raudales con alguna explosión.
Sin candidatura a mejor vestuario, es posible que The Arrival haya llegado hasta donde podía, aunque suyo es el mérito de divulgar una de las teorías lingüísticas más interesantes.