Antes de nada, cabe aclarar que la principal diferencia entre el Crepúsculo de los Dioses de Richard Wagner y la Saga Crepúsculo de Stephanie Meyer es que si Wagner comenzara a dar cabezazos contra su teclado de forma aleatoria sería harto improbable que pudiera mejorar su creación. En 1876 y apremiado por sus atentos acreedores, Wagner terminó la Tetralogía del Anillo con un final apoteósico, épico y a la vez una masacre de personajes principales que seguro que entusiasma al despiadado George R.R. Martin y a la no menos pía J. K. Rowling.
Del final victorioso de la ópera anterior, Siegfried, donde el políglota se queda con la chica, la trama se vuelve del revés como el estómago de una holoturia por los ardides de los enemigos de Asgard. Una supuesta pócima que genera amnesia distrae a Siegfried de sus lealtades conyugales y su esposa la ex valquiria Brunilda, con yelmo de osamenta, toma riendas en el asunto. El Ragnarok o Götterdämmerung, el fin del mundo nórdico, se desencadena a pesar de los esfuerzos de Wotan, los dioses combaten con sus eternos rivales en unas cruentas batallas sin vencedores y la civilización antigua desaparece entre las llamas purificadoras que darán lugar a un nuevo orden en la cosmogonía germana y sus alrededores.
Los espectadores de la Tetralogía que, al terminar Die Götterdämmerung, llevan más de doce horas de saga, agradecen el desenlace, cualquiera que sea, de verdad, de la colosal obra wagneriana. Siempre cabe imaginar que, en manos de Peter Jackson, no se ha inventado el soporte digital donde pudiera caber una edición de coleccionista extendida suya…