La cualidad singular de un ser humano que nació viejo y murió siendo un bebé sugiere, aparte del hecho ya de por sí extraordinario de burlar las leyes de la ciencia, la necesidad de formular dos nuevos verbos para uso y disfrute únicamente del Sr. Benjamin Button -y tal vez de Cher: enjuvenecer y revejecer.
Readaptada la historia casi sesenta años más tarde de la era imaginada por Francis Scott Fitzgerald en su relato corto, la existencia de Benjamin recorre las décadas que cubrió como un mero espectador, alejándose del anhelo protagonista del otro gran testigo de la Historia contemporánea americana llamado Forrest Gump. Si bien «tonto era el que hacía tonterías»para el de A-la-ba-ma, para Benjamin, la edad es la que va por dentro.
Como no podía ser menos, los niveles de flash-backs se superponen en una cebolla interminable -recurso, por otra parte, ya explotado, aunque escasamente reconocido, desde tiempos de Don Quijote de la mano restante de don Miguel de Cervantes. Verbigratia: una anciana en medio del desastre del Katrina evoca los recuerdos de un libro de memorias que pide leer a su hija donde se describe que un viejo cuenta a su compañero de cuarto que una vez le cayó un rayo cuando iba en un coche…
No obstante, dado que el oscilante ritmo de la película impide un desarrollo adecuado de la narración, el resultado no es merecedor del enorme esfuerzo volcado en su creatividad, ambientación, dirección artística y su energía vital.
Considerados pros y contras, he aquí la versión del extraño caso de Benjamin Aliphant, que no por quedar apartada su referencia del palmarés desmerecía tal «agravio»…