Aliphant’s Aída

Un drama social que versa sobre las vicisitudes de la antigua señora de limpieza de un bar afamado, que pugna, a su pesar, por sacar adelante a su familia desestructurada, irremediablemente destinada a seguir los senderos de la delincuencia y la drogadicción. Por alguna extraña razón, hay risas enlatadas y hay quien, probablemente los más, la considerará una comedia, pero eso es, en resumidas cuentas, Aída.

 

En 1871, y sin basarse en lo anterior, Verdi estrenó su ópera de ambiente egiptoide del mismo título: Aída. Salvo que se trate de responder la consabida pregunta errónea del Trivial, Aída no fue compuesta con motivo de la inauguración del Canal de Suez, dos años antes, en 1869. En esa celebración sonó Rigoletto, otra ópera del género de payasos asesinos. No obstante, sí fue un encargo para el jedive de Egipto, para inaugurar su recinto de ópera.

 

Aída es una ópera de excesos, grandiosa y popular, con grandes secuencias que requieren un despliegue de medios importante, pero no por eso es de extrañar que es una de las más representadas del repertorio verdiano. Las referencias egiptológicas son tan vagas y generales que parece que se documentaron con los mismos sobrecillos del azúcar que usa Dan Brown para sus novelas, pero siempre queda lo de “hacer el egipcio”.

 

“Celeste Aïda”, el aria presentada en la viñeta, es una tortura para el tenor protagonista. Sin apenas calentar la voz, justo al comienzo del primer acto de una pieza que no suele interpretarse con obertura, el héroe de guerra egipcio Radamés entra en escena con su colección de piropos para la esclava nubia Aída. La ejecución es ardua y no es difícil que el intérprete acaba soltando lindezas a grito pelado.

 Aliphant DXL

Aliphant DXL. Aída

 

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