Imaginar la cuarta pared del Gran Teatro del Mundo en el que estamos inmersos no es tan difícil cuando los propios personajes de ficción son capaces de plantearse la razón de su propia existencia ante su público y sus creadores.
Como contrapartida, esa situación siempre inquieta al espectador, que se siente vulnerable por un flanco hasta entonces inofensivo. De ahí la norma de jamás mirar al espectador.