En nuestro tiempo se dan por obvios muchos convencionalismos: la notación matemática, la escala de colores, los semáforos… Obviar un semáforo es motivo de sanción, mientras que obviar la notación matemática puede tener consecuencias aún más catastróficas, basta con confundir un separador de miles con uno de decimales. Otra convención es la medición del tiempo. La era común, cristiana o Anno Domini resolvió en el siglo IX un grave problema de organización internacional. Todas las civilizaciones han necesitado medir el tiempo y los criterios, si bien diversos, se han apoyado en una fecha relevante, como la fundación de una ciudad, Ab urbe condita en Roma o los años de reinado de un monarca, como en Japón. Los cambios de monarca por el inevitable relevo generacional o incluso de dinastía y línea de sucesión presentaban problemas de continuidad que se resolvían con listas de reyes, como la recopilada por Manetón para el Antiguo Egipto. Un evento se fijaba temporalmente con el año de reinado, estación y día, pero para calcular más allá, era necesario conocer las duraciones de los reinados anteriores. Los numerales también tuvieron una aplicación relativamente reciente: en Egipto los reyes tenían cinco nombres, por lo que no solía repetirse ninguno. También los romanos solían cambiar su nombre al convertirse en emperadores, por lo que procuraban no repetirse, al menos hasta el siglo III. La imitación es una forma de homenaje, pero tendieron a buscarse un nombre propio para pasar a la posteridad. En el Imperio bizantino, en cambio, muchos emperadores querían refrendar su legitimidad en el legado de Constantino, y así el último de ellos fue el undécimo. La notación numérica, que sigue en marcha en los patriarcas ortodoxos, no se realizaba con números romanos como acostumbramos en Occidente, sino con el sistema griego de numeración por letras mayúsculas. Constantino XI es IA’, iota para el diez y alfa para el 1, con una comilla que marca el numeral. Las mayúsculas del alfabeto griego fueron un invento bizantino y no se conocían en la Grecia clásica.
Los numerales podían variar cuando un mismo monarca gobernaba territorios independientes, y aunque la jerarquía se estableció de una forma precisa, no todos los títulos tenían el mismo abolengo. Victoria era Reina de Inglaterra antes que Emperatriz de la India, un cargo en principio superior, pero recientemente creado. En cambio, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, era Emperador, porque el título español se acababa de forjar con los territorios reunidos por sus abuelos.
En la sociedad antiana el relevo generacional se produce de una forma tan ágil, que los numerales se disparan con bastante soltura, por lo que no es de extrañar que se obvien las referencias. Y los semáforos.