El frío había hecho mella en los desvencijados cristales del castillo y las corrientes de aire por no ser ya poco frecuentes pasaron a ser eso, corrientes. A la lumbre del penúltimo trozo de madera, la Condesa con fruición de esa, entregó a su fiel Bautista su óbolo navideño.
– Oh, si es un bolo, y además de madera. ¡Qué detalle, Sra. Condesa!
– Pues llévome la faja puesta, Bautista.
Pasados unos minutos, el último trozo de madera del castillo comenzó a arder, liberando aromas de barniz blanco y esmalte encarnado…
Feliz Navidad!!